Hubo un tiempo en que las sitcoms familiares eran el pan de cada día en televisión. Padres despistados, hijas adolescentes insoportables y esos malentendidos domésticos que, al final del episodio, se resolvía con una moraleja.
A principios de los 2000 estaban en plena transición, tenían otro tono, pero aun seguían ahí.
Una de ellas es 8 Simple Rules, esa comedia familiar que, aunque pocos recuerdan hoy, fue mucho más especial de lo que parecía.
Tuvo un reparto de lujo, una mezcla de humor y ternura muy poco común y, sin buscarlo, acabó marcando uno de los momentos más emotivos de la televisión.
Y no, no estoy exagerando: 8 Simple Rules hizo historia, solo que casi nadie se dio cuenta.
Así que toca rescatarla del olvido, porque fue una de las series más honestas de la época y se convirtió en una pequeña joya que merece más reconocimiento del que tuvo.
En España pasó totalmente de puntillas y si la viste, sería de casualidad, como me pasó a mi.
Fue traducida como No con mis hijas y se empezó a emitir en 2005, solo unos meses antes del final en su emisión original. ¿Dónde? en Localia. Localia! Sí, no lo has soñado, existía de verdad, aunque la veíamos cuatro.
Me acuerdo que la señal era malísima y tenías que jugar a adivinar de qué iba la escena que estabas viendo. Además desapareció en 2008, así que los más jóvenes ni sabrán de qué estoy hablando… (qué mayor me siento ahora mismo! yo hablando de Localia debe ser el equivalente de ahora, a mi abuelo contando cuando las cosas costaban una peseta…)
Su parrilla era de cosas que sólo conocían ellos, pero de vez en cuando, pues eso, te topabas con una buena serie haciendo zapping. Y ya de primeras me encantó. Era una comedia fresca, pero con ese aire clásico con el que me había criado. Suficiente. Pero como digo, no fue otra serie de sobremesa. Tenía mucho más.
Un reparto mágico
Y si, creo que lo que más especial hizo a esta serie, fue su perfecto reparto.
Mezclaba a veteranos y caras legendarias, con futuras estrellas que en ese momento nadie vio venir, claro.
A la cabeza estaban los eternos maravillosos John Ritter y Katey Sagal, ambos auténticos iconos de la comedia televisiva. Él, gracias a Apartamento para tres (Three’s Company).
Ella venía curtida tras años de sarcasmo y paciencia infinita como Peggy Bundy en Matrimonio con hijos. Entre los dos sumaban experiencia y profesionalidad de sobra en sitcoms, formando un matrimonio perfecto, lleno de química.
Y así pasó, que llegó una desconocida jovencita de 17 años en aquel momento, que no desaprovechó la oportunidad de lo que fue como una escuela y debió de absorber y empaparse bien de su talento.
Hablamos de Kaley Cuoco, para la que fue su primer papel destacado y solo dos años más tarde de terminarla, estaba interpretando a Penny en The Big Bang Theory, que superó a aquellas dos sitcoms en premios y longevidad, convirtiéndose en una de las actrices más famosas y mejor pagadas de la historia de la televisión.
Tuvo buenos maestros, sí. Curiosamente, Sagal volvió a interpretar a su madre en esa serie.
En temporadas posteriores se unieron nada menos que James Garner, leyenda del cine clásico y David Spade, otro veterano del humor más descarado.
Vamos, un cóctel generacional y un reparto de oro que hoy sería carísimo de reunir (e imposible, por desgracia).
¿De qué iba la serie?
Estrenada en 2002 por ABC, 8 Simple Rules for Dating My Teenage Daughter (título completo que simplificaron después) partía de una premisa sencilla, casi clásica: un padre de familia en apuros.
El título original se refería a las “8 reglas simples para salir con mi hija adolescente”, como:
“Usa tus manos en tu coche, no en mi hija.”
“Si la haces llorar, yo te haré llorar a ti.”
“Devuélvela igual de guapa que cuando se fue.”
Una especie de manual para padres celosos, llevado con humor y cariño.
Paul Hennessy (John Ritter) es un periodista deportivo, que, después de años como padre ausente por sus viajes, ahora trabaja desde casa y se enfrenta a su peor pesadilla: criar a dos hijas adolescentes con más carácter que él, pasando más tiempo intentando controlar a sus citas que escribiendo columnas.
Es el típico padre protector, torpe y entrañable.
John Ritter lo transmitía como nadie. Tenía ese tipo de carisma que te hacía reír y sentirte cómodo a la vez. Su timing cómico era perfecto, pero también sabía cuándo bajar el tono y dejar ver al padre preocupado detrás del chiste.
Su esposa, Cate (Katey Sagal), era enfermera y el ancla emocional, práctica y con más paciencia de la que debía tener. Un poco más permisiva con sus hijas y la que solucionaba los desastres que Paul provocaba con su negado sentido de la autoridad.
Las hijas eran polos opuestos: Bridget (Kaley Cuoco), superficial y popular pero encantadora, que vivía entre el instituto y su espejo, con más corazón del que aparentaba.
y Kerry (Amy Davidson). Inteligente, con alma de artista y complejo de “la rara”, sarcástica y en guerra constante con todo lo que representaba su hermana.
Y luego estaba Rory (Martin Spanjers), el pequeño, que se dedicaba básicamente a espiar y chantajear al resto como deporte nacional, aprovechando que toda la atención era para sus hermanas.
Y no era parte de la familia, pero como si lo fuera porque siempre estaba por allí, teníamos a Kyle (Billy Aaron Brown), el típico deportista sin cerebro y el eterno novio de Bridget.
Lo dejaban y volvían como si fuera un pasatiempo, pero más tarde (ejem, spoiler de hace más de 20 años) termina saliendo con Kerry.
Una comedia con alma (y más de lo que parecía)
Lo curioso es que, a pesar de su título, no trataba realmente de las “reglas para salir con una hija adolescente” (esas solo aparecieron en los primeros episodios).
Era más la radiografía de una familia normal, no perfecta, pero creíble. Con sus momentos absurdos, sus enfados y sus reconciliaciones en la cocina. La serie respiraba cercanía y te recordaba cómo era vivir en una casa donde todo el mundo hablaba al mismo tiempo.
Las bromas y los pequeños dramas adolescentes funcionaban porque no parecían exagerados.
8 Simple Rules era humor cotidiano, sin pretensiones, que te hace sonreír sin necesidad de chistes forzados.
Era una sitcom con aire clásico, sí, pero con el toque dosmilero total: sarcasmos, ritmo ágil, diálogos ingeniosos y ese equilibrio entre caos y ternura. Y la moda, claro. La moda de los 2000… con sus tops, pantalones de tiro bajo, gargantillas de todo tipo y el flequillo planchado con cariño (y plancha literal).
Y si había algo muy de moda en los 2000, eran los cameos por toda serie de las estrellas pop del momento. Si, cuando digo todas las series, digo todas... Que Britney Spears apareció hasta en Médico de familia. Probablemente lo más random que vimos.
Así que 8 Simple Rules no iba a ser menos y tuvimos a Nick Carter, aunque no como Nick Carter. Interpretó a Ben, el profesor de batería de Bridget, que se enamoraba de él, claro, y su padre entraba en cólera porque era mucho mayor que ella, también claro.
Momento divertido, mítico y curioso.
La tragedia que lo cambió todo
Pero después de tantos momentos cómicos y risas, nadie se imaginó que todo se iba a transformar en un drama muy real.
En septiembre de 2003, durante el rodaje de la segunda temporada, John Ritter falleció de forma repentina a causa de una disección aórtica. Tenía solo 54 años.
Fue un shock total y un golpe durísimo para el equipo y para el público.
Ya había dejado tres episodios grabados y ABC paró la emisión y el rodaje durante semanas, para reponerse y porque no sabían si continuar o no y cómo.
Pero la producción decidió seguir adelante y rendirle homenaje dentro de la propia historia, Así que hicieron algo algo que muy pocas series hasta la fecha se atrevieron a hacer: no lo escondieron. Los guionistas reescribieron la temporada y la muerte de Paul Hennessy se incorporó a la trama.
El doble episodio que lo abordó, titulado directamente “Goodbye”, fue tan real que sigue siendo recordado como uno de los más duros, sinceros y conmovedores de la televisión. No hubo risas, ni música, ni recurrieron al drama gratuito.
Solo era una familia rota de verdad, enfrentándose a la pérdida de un padre… con unos actores que no estaban actuando, las lágrimas eran de verdad y era su despedida auténtica al compañero y amigo que realmente habían perdido.
Y el impacto fue tremendo.
La audiencia fue de más de 20 millones de espectadores. ABC recibió miles de cartas agradeciendo el episodio por su honestidad y respeto y la crítica lo calificó como “una clase magistral de duelo televisivo”. De hecho, ese episodio ganó un Emmy por su fotografía.
Y la verdad es que sí, que lo trataron con mucha delicadeza y respeto. Yo recuerdo lo mucho que me impresionó, porque no ves en ningún momento a unos actores, es como que estás viendo su despedida en directo y se hace duro. Es imposible ver ese episodio sin una sola lágrima. Por él, que fue uno de los actores de mi infancia, y porque se pasa mal por ellos.
Era más difícil al ser una comedia, no un drama. Nadie esperaba que tratara un tema tan serio, y menos de forma directa. Estábamos acostumbrados a reírnos, no ver algo tan triste. Pero la vida real siempre va por delante. Y eso fue lo triste, saber que había sido realidad.
Al año siguiente John Ritter fue nominado al Emmy por esta serie, ya de forma póstuma. Fue su homenaje también por parte de la industria y más que merecido.
Entre la risa y la melancolía
A partir de ahí, 8 Simple Rules cambió por completo. No sustituyeron a John Ritter en la intro, directamente la quitaron, dejando sólo el título y el tono se volvió más melancólico.
Aunque mantuvieron el humor, le dieron un fondo emocional más fuerte. Dejaron de lado las bromas adolescentes y los personajes maduraron.
Pasó de ser una comedia ligera a convertirse, sin quererlo, en una historia sobre cómo una familia sigue adelante después de una pérdida.
Entraron dos nuevos personajes: el abuelo Jim (James Garner), veterano de mil batallas y con un humor más seco y cascarrabias y C.J. (David Spade), el tío alocado que llegaba para poner patas arriba el equilibrio familiar.
No todas las series sobreviven a algo así, pero 8 Simple Rules lo intentó con dignidad y el público y la crítica lo valoró como algo valiente y respetuoso, pero coincidían en que el vacío de John Ritter era imposible de llenar y nunca volvió a alcanzar la popularidad inicial.
Aun así aguantó una temporada más, siendo finalmente cancelada en la tercera.
Pero se ganaron un hueco en nuestros recuerdos por eso, porque fue una comedia que se atrevió a ser humana.
Un legado discreto, pero inolvidable
8 Simple Rules nunca fue una sitcom de masas.
No tuvo la audiencia ni los premios de Friends o Frasier pero sí algo más raro: honestidad emocional.
Su final, emitido en 2005, fue sencillo, sin grandes giros ni lágrimas forzadas. Como si dijera: “la vida continúa aunque falte alguien importante”
Y tal vez por eso sigue siendo recordada. Porque más allá de las risas y los cameos, 8 Simple Rules fue, ante todo, una serie que empezó hablando de reglas para novios y acabó enseñándonos que las únicas reglas que valen son las de cuidar, querer y seguir adelante. Incluso cuando no tienes un guión que te diga cómo hacerlo.
Durante tres temporadas vimos a una familia real, una risa necesaria y, sin quererlo, un homenaje a uno de los actores más queridos de su generación.
Y solo por eso, hoy merece que la recordemos. Para mi sigue siendo una de las series a las que guardo más cariño.
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